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¡El baile de los que sobran!.

Perteneciente a esa linda y pasada de moda generación del Rock en español, en la que crecí siendo un pobre e inmaduro adolescente, aprendiendo de la vida y escuchando canciones de los hoy ya no tan jóvenes músicos extranjeros y nacionales, estrofas de esta recordada y ahora antigua corriente musical. Dedico a todos mis amigos estos pequeños recuerdos, de esa época en la aprendimos algo más que el valor de la amistad.
Como olvidar esta gran canción que cantamos por varios años, saltando entre las multitudes de los prom, minitecas o fiestas de bazar, nos abrazábamos entre amigos, para cantar a grito herido que somos los que sobramos, y de lo desubicados que nos sentíamos, ¿y que queda hoy de esos versos dedicados a la inquietud sobre el futuro?. Todos jugamos a estudiar, y fuimos hermanos entre nosotros, para que al final los 12 juegos no fueran más que cuentos. Terminamos añorando esa época más segura de nuestras vidas, aun pateamos piedras, unidos todos al baile de los que sobran, lo curioso de todo es cuando en algún sitio escuchamos de nuevo las estrofas de esta canción saltamos de emoción, nuevamente la cantamos con ganas y apasionados, y pasamos un poco el ridículo en frente de aquellos que están es el lugar que ocupamos nosotros hace ya años, podemos parecer ridículos ante los atentos ojos espectadores de las nuevas generaciones, que nos ven atónitos por el furor que nos despierta esta canción, pero al igual que nuestros padres vamos pasando de moda y de aquellos inconformes que fuimos en el pasado, no quedan más que los vagos recuerdos de un tiempo de rock en español.
Y es lo que nos trae de nuevo a recordar varias canciones de esta corriente musical que marco nuestras vidas, nuestra adolescencia y nuestro pasado. Puedo recordar a mis amigos cantando “mi agüita amarilla” a coro en las noches de eternas borracheras. ¿O quien no canto “mil horas” en un despecho por esa quinceañera de copete alf, falda de jean y tenis reebok?. No nos digamos mentiras pero al ver las fotos nos da un poco de vergüenza por la pinta que usamos en los finales de los ochentas y principios de los noventas. Vagamos por las calles como extraños de pelo largo, insatisfecho por esa mujer.
Todos recordamos a nuestro amor adolescente, que lloramos por días enteros y que alguna vez esperamos sentados sobre una piedra mil horas como un perro bajo la lluvia. Perdimos la cabeza alguna vez, era muy normal, y pasamos osos en frente de su casa en las noches frías, llegamos a cantarle que le íbamos a quemar el coche a ese marica niño pijo, mientras se retorcía entre polvos pica pica, por quitarnos su amor. Y qué decir de las serenatas telefónicas con Miguel Mateos, atados a un sentimiento carnal, porque es tan fácil romper un corazón. Pedimos tan solo un “dime que me amas” y dejare de aullar a la luna, y para rematar no seas tan cruel no busques mas pretextos. Desechos por su indiferencia le decíamos “Ingrata”, no me digas que me quieres, que tus lágrimas son falsas. Sé que más de uno escucho la frase, “el teléfono no es para hacer visita”, pero podíamos pasar horas eternas pegados, y me parece escuchar a su papá o su mamá diciendo, “joven estas no son horas de llamar a una casa decente”, pero igual no se perdía la esperanza, y si teníamos suerte algunas veces nos pasaban al desvelo de nuestro sueño.
En ese entonces llenos de dudas, pasábamos las tardes pensando las cosas sobre el futuro, cosas que aun esperamos, algunos doblegados por la sociedad nos vemos inmersos el día entero en una oficina, tomamos las riendas del país, sin que nadie hubiese preguntado si eso es lo que deseamos en la vida, nos llenamos de responsabilidades y de hijos, perdimos la alegría y nos perdimos como cada una de las generaciones. Pero no por eso nos deja de gustar “me vale” de Mana, porque aun no me importa lo que piensa la gente de mi.
Ya no hacemos picnic en el cuarto b, ni tenemos una persiana americana, por la que miramos fuera de foco, solo nos queda el recuerdo de la inocencia pérdida en alguna cama ya descolorida por el sol. Aun hoy no sabemos cómo ni a donde queremos llegar, seguimos el instinto que adquirimos en las calles o con los amigos, y el temblor aun no ha pasado, y seguimos caminado entre las piedras, sin que nadie nos viera partir y menos que nos espere.
Y no podemos pasar por alto que nos sentimos como un chico de la calle, camino a la ciudad con la guitarra, sin molestar a nadie, con la incertidumbre por lo que seriamos cuando grandes, y hasta ahora nadie ha apretado el botón, condenados a tener éxito, aunque algunos nos sentimos como perros fracasados, por el sueño de papá y mamá, viendo lo sucio que tengo el pelo de encima de la cabeza, imaginado como estará el resto del cuerpo.
Pilar y Javier son más que dos nombres, pues la primera no tenía bicicleta pero si un gran par de tetas y el segundo ya no sabía cómo se llamaba, porque juraba que ese no era su nombre, y ese fue mi primer encuentro con la paternidad irresponsable.
Bailamos en las fiestas de 15, más de un merengue de Juan Luis Guerra, Sergio Vargas o Wilfrido o salsa de Jerry Rivera. Y las dedicamos, no hay que olvidar que también tuvimos nuestro lado oscuro. Estas reuniones se caracterizaban por estar llenas de imaginación, de flores, minifaldas y traguito, no es que seamos borrachos desde pequeños, solo que crecimos en un país netamente alcohólico, y quien niega sus raíces pierde la identidad de su raza, y aun conservamos las buenas costumbres de un pueblo doblegado ante los placeres etílicos, pues al pueblo hay que darle pan y circo.
La historia de Rafael Escalona en televisión me hizo enamorarme del vallenato, cante más de una vez “el testamento” y a los pocos años vi cuando “Los clásicos de la provincia” se convirtieron en un éxito, conocí parte del folclor colombiano a través de Carlos Vives, cante la gota fría y aun recuerdo sus estrofas.
Pasamos de los sueños a la realidad, de una nueva situación de nuestras vidas que más que largas podemos definir como monótonas, estamos sumidos en el día a día, nos componemos hoy de responsabilidades y dejamos atrás el tiempo en el que mundo tenía unas pocas calles, en las que encontrábamos reunido todo lo que existía para nosotros, pero olvidamos construir un lugar en donde no pegue el sol, y al nacer no haya que morir, ya no podemos salir del camino que escogimos, pero al final el mundo sigue girando.
Ellas ya no son un volcán o te atacan como chicas cocodrilo, y seguimos siendo muy normales, sin despertar pasiones escondidas de hombres lobos.
El lamento Boliviano empezó y aun no ha terminado, agitado, incitado a gritar sin hacer ningún daño, y sigo aquí borracho y loco, es lo que nos dejaron como lección.
Ahora usamos el saco de rombos, la camisa de corbata, dejamos de lado los tenis y los jeans, no comemos “Pizza Nostra”, ya no existe 88.9 la Súper estación y papuchis es un tipo jartísimo, pocos recuerdan a Don Fulgencio Cabeza Manotas y Doña Carlota, Alejandro Villalobos se podría considerar un viejo verde que aun sigue de prom en prom, Rodrigo Marín ya ha pasado por la televisión sin pena ni gloria. Los jeans de rayas o de colores ya no están de moda, las botas texanas quedaron discriminadas como un icono del pasado, y ahora asistimos a reencuentros de nuestros grupos favoritos, para cantar nuevamente las canciones que nos hicieron descubrir una generación diferente, que canto en español, que dio mucho para hablar y a la cual pertenezco.
Hoy recuerdo a mis amigos, y los momentos en que no importaba el lugar, el sol aun sigue siendo igual, ¿o si es recuerdo o algo que vendrá?, no lo sé, sin nada hemos venido y nos iremos igual. Gracias por los buenos momentos, y sigamos recorriendo el camino. La vida es solo eso, un camino pero siempre estarán en mí ustedes mis buenos amigos.

Francisco Buitrago.

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